martes, 22 de enero de 2013

Mis tetas valen un potosí

Mi hija mayor nació rodeada de amor hace más de cuatro años. De amor... y de mucho desconocimiento por mi parte acerca de un montón de temas. Uno de ellos fue la lactancia. Porque yo nunca había visto a nadie dar teta. Porque pensaba que sólo había que ponerla al pecho y ya, como si fuera a salir algún tipo de magia. Porque creía que con leer un poco de teoría ya me lo sabía todo. Porque ignoraba la gran cantidad de problemas que podrían presentarse, uno tras otro.

Mi hija mayor no se enganchó a la teta nada más nacer. Mis pezones son planos, y yo no supe cómo ayudarla a hacerlo. Tuve un parto respetado, pero el ingreso fue en uno de los hospitales más cutres en temas de lactancia, postparto, etc. Así que me sentí totalmente sola. Una enfermera dijo que me comprara unas pezoneras. Otra me dijo que mis tetas eran malas para dar el pecho. La señora que entró a limpiar la habitación también daba su opinión. Una monja siniestra y vieja me dio un bote de leche de fórmula, cosa que por cierto es ilegal. Y encima, no paraban de venir visitas y visitas sin parar, sin preguntar siquiera, gente a la que yo no conocía apenas, que si la tía de Murcia o la vecina de mi abuela. Descubrí entonces una afición para pasar las tardes por parte de señoras desocupadas: ir a hospitales a ver recién nacidos y criticar. Y ahí, en medio de todo ese gentío de familiares lejanos y cercanos, de enfermeras respondonas, de monjas compradas, de limpiadoras meticonas, de gente que entraba y salía... ahí me sentí terriblemente desamparada. Yo sólo quería estar con mi hija, quería estar tranquila, aprender a darle el pecho, que ella me enseñara a alimentarla...

No hubo manera. En los dos días en que duró ese macabro vaudeville, mi pequeña lloró mucho, mis pechos sufrieron mucho, la leche no me subía... Salí del hospital con unas grietas del tamaño de la carretera de la Coruña, una ingurgitación espeluznante, y mi nena con medio kilo menos. Nadie, absolutamente nadie, se ofreció a ayudarme con la postura. La única "ayuda" que recibí fue el bote de leche de la monja enfermera nonagenaria.

Al llegar a casa, la sensación de soledad fue a más. Las pezoneras no evitaban las grietas, mi hija no se enganchaba del todo bien... y la pérdida de peso hizo que el pediatra que la visitó, otro ignorante redomado, me metiera miedo y me hiciera darla fórmula.

Mi hija tenía dos días y ya estábamos con lactancia mixta. Yo me moría de la rabia, me sentía que le estaba fallando por todas partes. Empecé a dejar de creer en mí. Alquilé un sacaleches profesional en la farmacia, ¡cuando a mi leche no le pasaba nada, era todo cuestión de confianza! ¡Tendría que haberme puesto más a la niña y menos al sacaleches! Nadie me ayudó... Nadie me explicó...

A los veinte días, acudí a un grupo de lactancia. Pero a todo el mundo le iba bien, nadie tenía problemas como yo. Me sentí como una extraterrestre, ¿qué pasaba conmigo? ¿Qué les pasaba a mis tetas? Lo curioso es que en el grupo tampoco me miraron la postura. Sólo me dijeron que en vez de usar biberón, que probara un relactador, para de ese modo ir eliminando la lactancia artificial poco a poco, en pos de la materna a nivel exclusivo. No me pareció un grupo muy serio, yo me sentía fatal y ellas charlaban de la película de la noche anterior en la televisión, pero estaba demasiado cohibida y fuera de lugar como para decir nada más.


Me marché de ahí pensando que lo estaba haciendo todo mal, fatal, que era todo culpa mía. Que era la única mamá que quería dar teta y no sabía cómo. Que mi cuerpo no funcionaba bien. Que yo no funcionaba bien.

Y las semanas pasaron. Yo seguía en una inercia estúpida que no conseguía romper. Hasta que un día, por internet, una chica me habló de cómo ella había relactado. Recordé entonces lo del relactador que me comentaron en el grupo de lactancia. Me enfadé conmigo misma, compré uno y pensé "se acabó, ahora o nunca". Y ahí estuvimos semanas y semanas dándole a la teta, yo de día y de noche con el cacharro ése colgado, además como tiene que estar vertical sólo podía dar el pecho sentada o de pie, así que por la noche era un auténtico calvario. Y veía cómo pasaban los días y cómo se acercaba mi vuelta al trabajo y eso me mataba por dentro, es como si hubiera estado dormida durante semanas, ¡esto tendría que haberlo hecho mucho antes! Pero ser primeriza y tener a un pediatra alarmista por detrás es lo que tiene. Te patea la confianza y te la deja a la altura del betún.

Pero ya era demasiado tarde. Las relactaciones, cuanto más tarde, más difíciles son. Y con cuatro meses y medio era casi imposible. Pero sí conseguí aumentarle las tomas de leche materna. Y eso ya era algo, visto lo visto.

Cuando me reincorporé al trabajo, me saqué leche tres veces al día en el cuarto de baño hasta que mi hija tuvo un año. Porque así, aunque gran parte de su lactancia fuera en diferido, al menos se beneficiaría de las ventajas de la leche materna. Siempre gozó de buena salud, y quiero pensar que algo tuvo que ver la lactancia materna.

La lactancia de mi hija mayor sólo duró quince meses. Supongo que al no estar correctamente establecida, ese temprano destete se explica fácilmente. Me dolió en el alma tanto, tantísimo... Mi grandísimo error fue el no reaccionar a tiempo. Pero también, ser cabezota me ayudó a por lo menos haber podido mantener una lactancia mixta quince meses, otras quizás habrían tirado la toalla mucho antes. En todos esos meses vi varios pediatras y enfermeras, y ni uno solo se ofreció a ayudar, a revisar la postura, etc... Así es como se fomenta la lactancia en España.

Toda esta larga introducción viene para contar que estoy viviendo ahora mismo un regalo. Con mi hija menor, la lactancia fue correctamente establecida y no ha tomado un biberón en su vida. Hoy tiene casi un año y medio y ahí sigue, sin parar día y noche... Pero es que la mayor, al principio por celillos, hace unos meses dijo que ella quería teta. Por supuesto, había olvidado cómo se mama. ¡A estas alturas! Pero no sé cómo, poco a poco, lo ha conseguido. Sabe sacar la leche, sabe beber esa leche, sabe disfrutar así con su madre.

¡Quién me iba a decir a mí que acabaría haciendo tándem! Aunque sean momentos muy puntuales, me siento feliz. Feliz porque aunque la lactancia con la peque ha sido y es estupenda, la espinita no me la he quitado del todo pues son dos nenas distintas. Y ahora, en cierto modo, aunque sea un poquito, siento que estamos recuperando el tiempo. El tiempo que nos robaron la ignorancia, la industria de la leche de fórmula, los sanitarios sin formación. El tiempo que robó mi tristeza. Ese tiempo que permití que se me escurriera por entre los dedos sin apenas poder reaccionar, abandonándome a una inercia esperpéntica en la que jamás me hubiera imaginado.

Tengo dos niñas preciosas. Y tengo dos tetas estupendas, porque yo soy capaz. Nunca dejes que nadie te diga que no lo eres. Y nunca escuches a las monjas con botes de fórmula en las manos. Sus intenciones nunca son buenas.

jueves, 10 de enero de 2013

Todos fuimos, alguna vez, niños asustados

Una de las cuestiones más recurrentemente polémicas son todas las referentes al maltrato infantil. Esto es, qué es maltrato y dónde está el límite. Porque claro, todo el mundo está de acuerdo en que (por ejemplo) quemar a un niño con un cigarro es maltrato, o pegarle con un cinturón. Pero hay una especie de zona turbia donde las opiniones se dividen, ¡y mucho además!

Para empezar, vamos a intentar no pensar en los niños como niños, sino sólo como seres más desvalidos, mental y físicamente. Pues bien, maltratar a seres más desvalidos es muy fácil, tremendamente fácil. Y ni siquiera hay que "hacer daño físicamente". Sólo con demostrar tu poder, tu posición dominante, es suficiente. Porque de ese modo crearás una sensación de indefensión, humillación, e incluso miedo. Si yo soy un hombre de 100 kilos y cuando mi mujer no hace lo que yo quiero, le pego un bofetón, aunque sea "flojo", habré conseguido "marcar territorio", decir que yo soy más fuerte, que yo mando, y que ella estará supeditada siempre a lo que yo opine.


Los dos argumentos más típicos que enarbolan quienes defienden el mal llamado "cachete educativo" son:
* "No es lo mismo un azote, o un cachete, que pegar con un cinturón, hay grados".
* "Pues a mí de pequeño/a me pegaron azotes y aquí estoy, sin ningún problema".

Lo de los grados es algo que no comprendo. ¿Está entonces mal llamar "gilipollas" a tu hijo pero es correcto decirle "imbécil", por ejemplo, puesto que son "grados diferentes" de insultos? ¿De verdad hay personas que opinan que la frontera es firme? ¿No ven que los límites son absolutamente difusos? Es que no se trata de "grados", de si "hace daño" o no. Se trata del trasfondo, de lo que hay por debajo, del mensaje que lanza cualquier tipo de violencia. Y este mensaje es siempre, siempre, el mismo. No nos engañemos. Este mensaje es "yo estoy arriba, tú estás debajo, yo ordeno, tú obedeces". Y para el caso, da igual pegar con una zapatilla, la mano abierta o un látigo de siete colas. Pegar es humillar. Pegar es demostrar tu poder. Pegar es vejar. Y pegar es dar mal ejemplo: no comprenderé nunca a la típica madre que le da un bofetón a su hijo como castigo porque él ha pegado a su hermano. ¿Qué estamos transmitiendo de ese modo, salvo que "hay clases" y que sólo unos cuantos tienen derecho a pegar? ¿Y entonces, cuando el hijo sea más fuerte que la madre... qué? ¿A un programa de ésos de la tele de "adolescentes tiranos"? La cadena del maltrato es poderosa.

En cuanto al mañido argumento de "a mí me han pegado, mis padres son estupendos y no tengo ningún trauma" me hace pensar, una vez más, en el sistema profundamente adultocentrista en el que nos movemos. Porque aunque ahora, a posteriori, con los años, nuestras neuronas espejo nos hayan posicionado del lado de nuestros padres (es más cómodo, así evitamos recordar cosas que nos harían daño), seguro que de pequeños no nos hacía ninguna gracia. Es más, seguro que de pequeños nos sentíamos desgraciados y humillados cuando nos castigaban de este modo. ¡Por qué lo hemos olvidado! El mecanismo de defensa de verlo todo desde una perspectiva oportunista es terriblemente efectivo. Porque de ese modo podemos olvidarnos de que nosotros también fuimos niños asustados.

Por lo tanto, no podré comprender jamás la defensa de ningún tipo de violencia, por "suave" que sea. Porque la violencia es violencia. Porque lo que importa no es tanto el daño físico, sino el mensaje que hay por detrás. Y eso psicológicamente es devastador, ya sea un azote, un bofetón, o una paliza.

martes, 8 de enero de 2013

"Mamá, quiero ir al circo"

... O "Mamá, quiero ir al zoo". Ambas son frases que espero jamás salgan de la boca de mis hijas.

Si te paras a pensar, la cosificación de los animales está en todas partes. En todas. Muchas personas se escandalizan con las corridas de toros, o con las "tradiciones" espantosas de algunos pueblos donde se torturan animales, y es estupendo que la gente reaccione ante eso. Pero es que la cosa no acaba ahí.

No voy a hablar en esta ocasión del consumo de productos animales (masificación, modificaciones genéticas, condiciones higiénicas espantosas, trato y muertes con muchísimo sufrimiento, etc). Tampoco voy a hablar del testeo con animales de los cosméticos y productos afines (para estar tú toda mona con un penetrante eye-liner le han quemado los ojos a decenas de conejos, por ejemplo). Ni de la peletería, industria del cuero, etc...

Lo que quiero recalcar hoy son las formas de entretenimiento destinadas a los niños en las que los animales juegan un papel fundamental. El zoo y el circo son dos ejemplos clásicos, aunque hay otros. Los acuarios. Las ferias con los "caballitos-pony" (ya lo decía la canción... "no hay nada más triste que los caballitos-pony"). Incluso las cabalgatas de los reyes magos, o los belenes vivientes, donde se usan todo tipo de animales muertos de miedo.



Tú llevas a tu hijo, que se divierte observando a los delfines haciendo estúpidas acrobacias, a los elefantes andando a dos patas, o a los monitos pegando saltos. Y pagando esa entrada, estás colaborando en algo terrible: la privación de la libertad de seres sintientes que, como tú, sólo desean vivir felices junto a su familia. Mucha gente no se para a pensar en qué hay detrás de todo eso. En qué hay detrás de los animales del circo (¿acaso se piensan que aprenden a hacer esas gracias a fuerza de caricias?... El estereotipo de domador con el látigo sigue de rabiosa actualidad). De los del zoo y el acuarium (muchos animales llegan de contrabando, y para que por ejemplo lleguen 10 chimpancés han tenido que morir 1000 por el camino, por no hablar de las pésimas condiciones de vida que tendrán que sobrellevar en su cautiverio, sobre todo por la noche, cuando "nadie mira").

Estamos viviendo una auténtica revolución en cuanto a la crianza. Cada vez más padres y madres deciden criar y educar desde el respeto, para que el día de mañana sus hijos sean adultos empáticos y respetuosos hacia los demás. Pero muchas veces, demasiadas, nos olvidamos de extender ese respeto hacia los demás seres vivos. Cada vez que llevas a tu hijo a un entretenimiento con animales, lo que le enseñas no es respeto sino todo lo contrario. No hay ninguna sensibilidad en observar a un tigre que da vueltas en una jaula, loco perdido. Un auténtico amante de los animales quiere a ese tigre libre, aunque eso suponga no poder verlo jamás más que en la televisión.

Cuando mis hijas me pidan ir a ver animales, las llevaré a un santuario como El Hogar de Luci. Un santuario de animales tiene un espíritu, una filosofía, totalmente diferentes. Porque creo que, para ser coherente con mi manera de criar (en el apego y el respeto), debo enseñarles a respetar a todo ser viviente. Y eso jamás será posible en un circo. Y eso jamás será posible en un zoo.