miércoles, 24 de abril de 2013

¿Por qué decidimos tener hijos?

¿Por qué decidimos tener hijos? Todos conocemos la típica pareja que no se entiende pero que, aun así, decide tener un hijo. Llenar una relación vacía con una nueva vida. Llenar los silencios, el aburrimiento y la rutina juntos, con imponerse la obligación de cuidar de un nuevo ser, para no tener que analizar lo que está pasando, para no tener que hablar de la relación, para pasar el tiempo entre pañales y nuevas experiencias, y de ese modo tapar la realidad subyacente...

En este tipo de parejas, además, la crianza con apego resulta un estupendo escudo para esconder aún más toda la problemática. El colecho evita los silencios incómodos en la oscuridad de la noche. Porque entonces los silencios pasan a estar justificados, para que el bebé no se despierte (por ejemplo). 

Pero quiero ir más allá. Ya no sólo hay parejas "muertas" que deciden tener un hijo. También hay personas que por cualquier motivo se sienten vacías a nivel personal, porque no se encuentran, porque no saben quiénes son... y deciden llenar ese vacío con un embarazo. Como si un vacío psíquico se llenara físicamente. Gran error.

Y a veces repiten. Tripiten. Se llenan de hijos y no saben por qué.

¿Por qué decidimos tener hijos? Cada una es libre de tomar sus propias decisiones. Cada una tiene su trayectoria personal, su historia única y especial.
Pero tener un bebé para tapar sus propias angustias, para tapar su vacío existencial, es un arma de doble filo. Porque acabará estallando, antes o después. Porque tu bebé no era un niño deseado como tal, sino un mero parche a un problema.


Y no deja de recordarme a mi siempre querido libro "San Manuel Bueno, Mártir", de Unamuno. En él, se decía que rehuir del ocio era la mejor alternativa para evitar pensar. Porque la mente ociosa es el patio donde juega el diablo. Porque cuando estamos ociosos pensamos, le damos vueltas a todo... Sin embargo, cuando trabajamos, cuando nos mantenemos ocupados en otros menesteres, evitamos enfrentarnos a nuestras dudas (en el caso de Unamuno, hablaba de las dudas de fe, pero podemos extrapolarlo a las dudas sobre uno mismo, sobre en qué lugar estamos o qué es lo que queremos). De ese modo, tener un hijo, o varios, y ocuparse de ellos sin resuello, evitando tener un momento a solas con nosotras mismas, a solas con nuestra pareja... es un síntoma inequívoco de que "algo pasa".

Tener un hijo ha de ser algo meditado, y sobre todo, deseado como tal, como un fin en sí mismo, jamás como un medio.

¿Por qué decidimos tener hijos?

jueves, 18 de abril de 2013

El dolor infantil no es de segunda categoría

El otro día me topé con esta página y me pareció increíble la falta absoluta de respeto que supone. Falta de respeto porque evidentemente el padre no le ha pedido a su hijo permiso para publicar fotos de sus momentos más vulnerables. Falta de respeto porque aunque las intenciones fueran hacer algo simpático y gracioso, a mí se me antoja una mofa como un piano. Y, sobre todo y ante todo, falta de respeto porque en realidad no muestra sino lo que la sociedad piensa del llanto de los niños: que éste es siempre por tonterías. Que los niños son seres de segunda categoría, y que su dolor es por lo tanto menor. Que llorar por perder tu juguete preferido tiene mucho menos valor que llorar por discutir con tu amiga, por ejemplo.

Y si clasificamos el llanto en categorías, ¿quién se cree con derecho o autoridad moral suficiente como para erigirse en juez? El dolor es dolor, con dos años o con cuarenta. Y a un niño le duele muchísimo perder su juguete preferido, igual que a ti te pueda doler que te despidan del trabajo. Tu dolor no es más válido que el suyo, porque el dolor es algo absolutamente subjetivo, personal, casi solipsista.


Pero mientras sigamos considerando a los niños como a seres sintientes "pero poco", como sintientes "de segunda", como a "teatreros", "manipuladores", "dictadores" y todo el abanico de calificativos que podemos escuchar fácilmente en cualquier lugar... entonces será normal que aparezcan páginas como éstas, que la gente las vea como algo cómico, y que en vez de atender a ese niño que llora se le hagan fotos como recuerdo de ese "momentazo drama".

martes, 9 de abril de 2013

Cuentos, mitos y habladurías de abuelas

El otro día me comentaba una amiga que su madre se sorprendía de que aún tuviera leche, ya que "no bebe vino". Sí, palabras textuales. Una vez recuperada de mi estupor inicial, y tras conseguir cerrar la boca sin partirme la mandíbula, me dijo que en su familia es una creencia habitual lo de que sólo bebiendo (mucho) vino se produce leche.

Y entonces me puse a pensar en tooodos los mitos que hay acerca de la lactancia, de la crianza, de todo en general. Algunos son hasta divertidos. Otros, peligrosos. La mayoría, simplemente absurdos.

Y no, bebiendo vino no se "produce más" leche. Ni bebiendo leche de otro animal se produce leche. No hay leches mejores que otras, ni madres que tendrán más leche sólo por el tamaño de sus tetas. Tampoco es cierto que los niños tengan que aprender a caminar con zapatos porque sólo así no se les deformarán los pies. Ni que sea peligroso dormir con bebés porque el riesgo de aplastamiento es altísimo. Es mentira que el método Estivill no deje secuelas. Y no coger a tu bebé en brazos es triste para ti, pero terrible para él.

Hoy en día, tenemos a nuestro alcance una enorme cantidad de información. Las madres de hoy no somos unas mujercitas bobaliconas que asentimos a todo lo que nos diga el pediatra de turno sin preguntarnos el porqué. Somos cada vez más cultas, más leídas, y poseemos más seguridad en nosotras mismas, en nuestras capacidades para comprender, meditar, escoger. Porque no dejamos que decidan por nosotras, y somos capaces de sopesar, de cribar entre un montón de información supuestamente contradictoria y saber dónde está la verdad: en la ciencia. Siempre.


Así que todos esos cuentos de abuela no deben enfurecernos. Son sólo el reflejo de algo anterior, donde por desgracia no había tanto acceso a una información veraz, científica y contrastada. Lo importante es siempre saber dónde estamos, qué pensamos, qué creemos... quiénes somos.