martes, 15 de octubre de 2013

La primera traición

En estas últimas semanas todo ha cambiado, mi dinámica familiar se ha puesto patas arriba y estamos aún adaptándonos todos a los reajustes. Es duro terminar una excedencia de dos años... pero sobre todo es duro tener que separarme de mi bebé.

Sé que no soy la única. En estas últimas semanas, multitud de familias han visto empezar el colegio de sus pequeños, o la guardería. Multitud de familias han pasado por el típico proceso de adaptación de los centros, cada una a su manera.

Mi hija está bien en la guardería. Sé que tiene ya 26 meses, que no es lo mismo que una pobre niña desvalida de sólo cinco. Pero también sé que no se está adaptando, sino resignando. Y no es lo mismo. Todas las mañanas, me marcho de casa dejándola hecha un mar de lágrimas. Todos los días conduzco hasta el trabajo con el corazón encogido, preguntándome si ella piensa que la estoy abandonando a diario. Luego en la guardería ya apenas llora, supongo que porque se ha hecho más o menos a la rutina y porque sabe que después de la siesta la voy a recoger. Pero por las tardes, en casa, está todo el rato gimoteando, siguiéndome como un corderito a todas partes, sin dejarme respirar. Llora mucho y está siempre de mal humor.



Así, todos los días.

Soy consciente de que ya no podía alargar más la excedencia. De que soy afortunada porque he podido estar con ella más que la mayoría de mamás. Pero también soy consciente de que algo falla aquí. De que mi hija sufre. De que esto no es sano mentalmente para nadie. De que el sistema tiene un fallo de base, que para más inri no se puede corregir.

Pasarán los días, las semanas y los meses, y la cosa mejorará, supongo. Pero la sensación de traición estará ahí, enquistada, para siempre.

La primera traición es algo que no se olvida.