martes, 18 de noviembre de 2014

Mujeres y ciudadanía de mercado

¿Cómo entender la ciudadanía,hoy por hoy, sin el concepto de “ciudadanía de mercado”? Cuando las mujeres empezaron a integrarse en el mundo laboral, como una artimaña más del capitalismo, sobre todo a raíz de la primera guerra mundial donde había “escasez de mano de obra masculina”, entonces se “permitió” a las mujeres formar parte de ese aspecto público que hasta entonces les había estado prohibido.

Según T.H. Marshall, la ciudadanía es el máximo estatus de una persona dentro de una comunidad política, y la divide en tres dimensiones:
- dimensión civil (derechos de la persona y sus propiedades)
- dimensión política (posibilidad de elegir representantes políticos y de ser elegido a su vez)
- dimensión social (derecho a la salud, a la vivienda, al empleo, a la educación, etc).

Así, la mayoría de las mujeres no goza de estas tres dimensiones, sino sólo de una, dos, o en los peores casos, de ninguna. Es decir, que las mujeres, en la mayor parte del mundo, no son ciudadanas plenas. (Otra cosa que cabría dialogar, de un modo paralelo, es si este concepto de ciudadanía es válido para las mujeres, puesto que se trata, tal vez, de un concepto propio de una sociedad androcéntrica... por lo que habría que repensar nuevamente qué significa la ciudadanía y si ese concepto nos sigue valiendo hoy en día.)

¿Cómo pueden las mujeres estar consideradas plenamente integradas en el mercado laboral (que es, indudablemente, un paso importantísimo), si en la mayor parte del mundo no se remunera su trabajo, o si se hace, siempre es por mucho menos que sus homólogos masculinos? Además, el principal desafío es la conciliación de la vida laboral con la personal; de sobra es conocido para todos que muchas mujeres tienen que hacer un doble trabajo: no hay más que ver las estadísticas de la distribución del trabajo doméstico, sigue siendo la mujer quien más hace aunque trabaje las mismas horas que su pareja masculina.

En la “Encuesta de empleo del tiempo 2009-2010” del INE, podemos ver cómo en España las diferencias son absolutamente significativas:
- Trabajo remunerado: 38,7% en hombres, 28,2% en mujeres.
- Labores del hogar: 74,7% en hombres, 91,9% en mujeres. En su conjunto las mujeres dedican cada día dos horas y cuarto más que los hombres a las tareas del hogar.
- Ocio: los hombres participan en más actividades de tiempo libre y durante más tiempo, dedican de media 11 minutos más en vida social, y 17 minutos en comunicación.
Puede verse aquí un resumen de los datos de dicha encuesta.

¿Qué está pasando?



Lo que pasa es que se considera que el trabajo “importante”, dentro de una estructura familiar “tradicional” es el realizado por el marido; el de la mujer sería sólo un “sobresueldo” o dinero de apoyo. En este sentido, poco se ha avanzado. De hecho, se realizó un estudio entre distintos países desarrollados (Gornik, Meyers, Ross) demostrando que hay un claro correlato entre las políticas públicas que apoyan a la maternidad y los patrones de empleo femenino: en los países donde más se apoya las tareas reproductivas, más mujeres hay en el mercado laboral. PERO igualmente, cuantas más “facilidades” se dan para compaginar el cuidado de los niños con el trabajo, éstas suelen recaer siempre en las madres, que siguen apareciendo como principales cuidadoras, así que de nuevo son apartadas del mercado laboral, puesto que sus trabajos suelen ser considerados “de segunda”, como un “extra”.

La igualdad de género se dará cuando se desnaturalicen los roles actuales, cuando las mujeres puedan integrarse plenamente en la ciudadanía de mercado, y cuando los hombres puedan involucrarse plenamente en la economía del cuidado, es decir, cuando hombres y mujeres puedan desarrollarse en lo público y en lo privado. Para ello será absolutamente necesario que el Estado, o los poderes públicos, se encarguen de implementar políticas que fomenten esta igualdad. Me gusta cómo lo dice la CEPAL, que aunque va destinado a América Latina, puede extrapolarse:

Para promover la ciudadanía en un sentido más republicano, los Estados y sistemas políticos deben ser capaces de absorber y reflejar las nuevas prácticas de los movimientos sociales y combinar las políticas públicas con el capital social que la propia sociedad, a través de sus organizaciones, va forjando.

Y a eso hay que llegar...