jueves, 26 de marzo de 2015

Canas, arquetipos y esquemas interiorizados

¡Cuántas veces habré oído decir eso de que "las canas en los hombres quedan bien, pero en las mujeres no"! ¿Alguna vez nos hemos preguntado el porqué de esto? Porque todas las cosas tienen su explicación, subrepticia, sutil, quizás retorcida, pero ahí está. Y esto no va a ser menos.

Tenemos tan interiorizadas las actitudes sexistas, tan peligrosamente metidas en nuestro seso más profundo, que no somos conscientes de que están por todas partes. Así, cuando pensamos en un hombre canoso, ¿qué palabra es la más repetida? Es "interesante". Sí, porque las canas, EN LOS VARONES, dan un aire "interesante", de persona madura, y una persona madura es sabia, y esa sabiduría es atractiva. Hasta ahí, todo bien.



¿Y qué pasa con las mujeres? ¿Por qué ellas no son "interesantes" con canas, por qué en ellas la sabiduría no es un plus, por qué no se identifica "mujer canosa" con "mujer atractiva"? Pues porque las canas, EN LAS MUJERES, dan un aire de VEJEZ. Y eso quiere decir que las mujeres ya no están sexualmente disponibles (¡porque para eso estamos!). Y eso quiere decir que ya no tienen valor.




La sabiduría masculina se aprecia porque ellos siempre están vinculados con lo intelectual, con lo público, esto es, con lo que se valora a nivel social. La femenina se asocia a algo más casero (el arquetipo del hombre médico y de la mujer curandera, esto es, con sabiduría de "más bajo nivel", más "de andar por casa", siguen siendo muy poderosos), con lo que inevitablemente queda relegada al ámbito privado, doméstico, porque ése es el espacio que el patriarcado ha elegido para nosotras.

Las mujeres no sólo somos ciudadanas de segunda. Nuestro atractivo está condicionado a nuestro aspecto juvenil, porque en nosotras sólo importa el cuerpo, que ha de ser siempre lozano y fresco. Los hombres maduros, sin embargo, pueden lucir sus canas con orgullo y despreocupación. Porque ellos pueden permitírselo. Porque ellos pueden envejecer.

Qué difícil es salirnos de nuestra zona de confort y pensar en los esquemas y arquetipos que tenemos tan interiorizados que ya casi, casi, somos nosotros mismos.


lunes, 9 de marzo de 2015

La mística de la feminidad (Betty Friedan)

A la mujer se la enseñó a compadecer a aquellas mujeres neuróticas, desgraciadas y carentes de feminidad que pretendían ser poetas, médicos o
políticos. Aprendió que las mujeres verdaderamente femeninas no aspiran a seguir una carrera, a recibir una educación superior, a obtener los
derechos políticos, la independencia y las oportunidades por las que habían luchado las antiguas sufragistas. […]
Miles de voces autorizadas aplaudían su feminidad, su compostura, su nueva madurez.
Todo lo que tenían que hacer era dedicarse desde su más temprana edad a encontrar marido y a tener y criar hijos.

La mística de la feminidad es la obra más conocida de Betty Friedan. No sólo eso: resulta uno de los libros más importantes en la historia del feminismo, pues constituyó una auténtica revolución en su aparición, 1963, momento en el que la sociedad americana se enfrentaba a un babyboom y a intensos conflictos raciales y sociales por la consecución de los derechos civiles. Aunque el libro chocó totalmente con las ideas americanas de la época, fue rápidamente un éxito, y Friedan recibió el prestigioso premio Pulitzer sólo un año después de su publicación. Tras la segunda guerra mundial, el feminismo en EEUU se encontraba paralizado, con lo que La mística de la feminidad resulta crucial para comprender cómo el feminismo regresó a América, cómo las mujeres descubrieron un mundo más allá de sus “ratoneras”, y cómo el problema que no tiene nombre, de repente, consiguió salir a la palestra. 

Y es que por todas partes se impelía a las mujeres a “cazar un hombre”, a convertirse en amas de casa, a tener un montón de hijos, y a disfrutar con esta vida, que es la que les correspondía: las revistas, el cine, la radio, la publicidad, incluso los profesionales (médicos, psicólogos, sociólogos; no olvidemos que el psicoanálisis freudiano -tan en boga en la época- veía en las neurosis femeninas un síntoma de la “envidia del pene”) animaban a que las mujeres se volcaran en la “esencia femenina”, en su supuesta naturaleza, para así ajustarse siempre a su función social, a lo que se esperaba de su género: el triángulo esposa-madre-ama de casa: madres y esposas abnegadas, subyugadas a sus maridos y cumpliendo lo dispuesto por la sociedad patriarcal.

Pero el problema de intentar ajustarse a este rol de “ama de casa perfecta” es que la casa se acaba convirtiendo en una ratonera, las mujeres se infantilizan (pasando del padre al marido, «siempre ha habido alguien o algo que dirigiese mi vida»), y terminan por renunciar incluso a su propia identidad: ¿quiénes son ellas, en realidad? ¿Son sólo esposas, son sólo madres? Ahí es donde surge “el problema sin nombre”: la crisis existencial que lleva a todas esas mujeres al hastío, a la desesperación, a la depresión… al vacío absoluto. 



Desde niñas, se “domesticaba” (que no educaba) a las mujeres a que persiguieran como único fin en su vida el buscar un marido y el convertirse en madres, desconfiando de las que tienen otras inquietudes “poco femeninas”, como estudiar medicina o ser económicamente independientes. Así, «las chicas empezaron a tener novio formal a los doce y a los trece años» y «los confeccionistas de ropa interior femenina lanzaron sostenes con falsos senos de espuma para niñas de diez años». Como dijo Shulamith Firestone, los ideales de belleza asfixiantes son tales que «a las mujeres sólo se les ha permitido conseguir su individualidad a través de la experiencia externa».

Pero en 1960, «el problema que no tiene nombre reventó como un forúnculo oculto bajo la imagen de una feliz ama de casa norteamericana». La mujer aquejada de este problema «tiene un hambre que el alimento material no puede satisfacer». Y «una vez que empieza a ver a través de los engaños de la mística de la feminidad y se da cuenta de que ni su esposo, ni sus hijos, ni las labores del hogar, ni la sexualidad, ni el hecho de ser como las demás mujeres, pueden darle personalidad... encuentra a menudo que la solución es mucho más fácil que lo que creyó en un principio». Se trata de idear, sencillamente, un nuevo plan de vida.

Una persona, sea hombre o mujer, sólo puede conocerse a sí misma mediante «el ejercicio de su propio trabajo creador». Si la mujer elige salir de su “ratonera” buscando un empleo, éste tiene que ser un trabajo serio, que importe, por el cual pueda se convierta en parte de la sociedad: es «la necesidad psicológica de ser económicamente productiva». Y la llave que abre la “ratonera” es siempre la instrucción: la instrucción «es peligrosa y provoca frustraciones... pero únicamente cuando las mujeres no la utilizan».



Ya se preguntaba Simone de Beauvoir : «¿Por qué las mujeres no se cuestionan la soberanía masculina?»Y también: «¿en qué medida el hecho de ser mujeres ha afectado a nuestra vida? ¿Qué oportunidades se nos han dado y cuáles se nos han negado?», «¿Cómo puede realizarse un ser humano dentro de la condición femenina?» 

Podríamos contestar a esto que realizarse dentro de la condición femenina pasa por escapar de los engaños de la mística de la feminidad. Porque el problema que no tiene nombre no es, por lo tanto, sino el impedimento de que las mujeres desarrollen plenamente sus capacidades, y esto «está causando más víctimas en el campo de la salud mental y física que cualquier otra enfermedad conocida». Sólo modificando drásticamente el prototipo cultural de la feminidad, sólo derribando las barreras que se oponen a la completa igualdad, las mujeres podrán realizarse como personas, como ciudadanas, como individuos plenos. Así, cada vez surgirán generaciones de mujeres más seguras de sí mismas, más empoderadas, que «no necesitarán que un hombre las mire para sentirse vivas». Porque las mujeres ya no podrán ahogar la voz interior que las impulsa a individualizarse, a ser seres humanos completos y gozar, por fin, de la libertad de ser ellas mismas.


BIBLIOGRAFÍA

FIRESTONE, Shulamith (1976). Dialéctica del sexo. Barcelona: Ed. Kairós.
BEAUVOIR, Simone de (2005). El segundo sexo. Madrid: Ed. Cátedra.
FRIEDAN, Betty (2009). La mística de la feminidad. Madrid: Ed. Cátedra.