domingo, 3 de marzo de 2013

Un clavo no siempre saca a otro clavo

Sucede a veces que tenemos un hijo y las cosas no suceden como habíamos previsto. Y el parto no es lo que esperábamos. O la lactancia. O algunos aspectos de la crianza que, de repente, nos salen del revés. ¡Tantas expectativas que mueren, que se nos escurren por entre los dedos, sin poder hacer absolutamente nada para remediarlo! Y es que los humanos solemos construirnos siempre castillos de ilusiones a corto o largo plazo, anticipamos irremediablemente todas las experiencias de la vida, máxime las que significan algo tan especial.

Sucede a veces que entonces esperamos un segundo hijo. Y en ese momento la anticipación se transforma en otra cosa: se convierte en un ansia secreta, en un "ahora sí que voy a conseguir esto, ahora voy a remediar esto otro". De ese modo, ya no fantaseamos con situaciones idílicas e inocentes, sin más, como con el primero, sino con situaciones que combatan los errores del primer hijo, que vengan a "curarnos" de ese mal sabor de boca.

Y a veces sucede que ese segundo bebé, como es imposible preverlo todo, anticiparnos a todo, viene con sus propias dificultades y novedades, que ni siquiera habíamos imaginado, porque sólo estábamos deseando remediar los errores del primer retoño, sin pensar en el segundo como en un ser distinto y con su propia historia.

¿Qué nos pasa? ¿Qué queremos demostrarnos a nosotras mismas, o a los demás? ¿Quieres una lactancia estupenda porque es lo mejor para ese segundo bebé, o para demostrar que sí eres capaz? ¿Quieres parir sin epidural porque ésta tiene muchos efectos secundarios, o para que el marido vea la jabata que estás hecha? ¿Has pensado alguna vez en todo lo que subyace bajo estas "experiencias reparadoras"?

Todo esto me da vueltas porque, muchas veces, nos enfrentamos a este camino que es la maternidad sin haber curado nuestras propias heridas. Sin haberlas inspeccionado siquiera. Arrastramos una mochila de emociones de nuestra propia infancia, de la relación con nuestros padres, de carencias afectivas de toda índole, y en ese contexto tan frágil nos convertimos en madres. Y cuando las cosas no suceden como esperábamos, porque esto será así, porque nunca, jamás, sale todo como en ese mundo ideal que esculpíamos con la imaginación... entonces el castillo de naipes emocionales se derrumba.


Y queremos sanar nuestras propias heridas, que se han visto reabiertas de la mano de la frustración que ese primer niño nos ha producido, de esa impotencia de no conseguir que las cosas fueran como deseábamos. Y nos vemos, de nuevo, convertidas en unas niñas pequeñas, temerosas, vulnerables y frágiles, que sólo desean esconderse debajo de una mesa. Y esas heridas, en lugar de que sanen mediante un profundo trabajo interior, enfrentándonos a nuestros hábiles fantasmas que tanto nos rehuyen, pretendemos que cierren, como por arte de magia, al tener otro bebé con el que, esta vez ¡sí!, será todo perfecto.

¿En dónde queda el hijo mayor, artífice de los errores de padres primerizos? ¿En dónde queda el segundo, con tantas expectativas sanadoras puestas en él?

Creo que, cuando esto sucede, deberíamos parar un momento. Y buscarnos. Buscar a esa niña asustada que aún tenemos por ahí, reconciliarnos con ella y ver qué demanda, antes de construir más y más ilusiones para subsanar errores pasados. Y, sobre todo, no anticipar. Es terriblemente difícil, pero al igual que nuestro primer hijo no vendrá a tapar nuestra propia historia, el cómo fue nuestra niñez, el segundo no puede venir a tapar los errores del primero. Cada persona tiene su propio camino. Y no podemos forzar que se tapen los unos a los otros porque, tarde o temprano, si tapamos una capa con otra capa, acabarán estallando voluptuosamente en el momento menos oportuno.

1 comentario:

  1. Llegó a mis manos este artículo en un momento muy delicado de mi vida. Gracias per hacerme reflexionar sobre mis propios sentimientos.

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