¿Cómo entender la ciudadanía,hoy por hoy, sin el concepto de
“ciudadanía de mercado”? Cuando las mujeres empezaron a
integrarse en el mundo laboral, como una artimaña más del
capitalismo, sobre todo a raíz de la primera guerra mundial donde
había “escasez de mano de obra masculina”, entonces se
“permitió” a las mujeres formar parte de ese aspecto público
que hasta entonces les había estado prohibido.
Según
T.H. Marshall, la ciudadanía es el máximo estatus de una persona
dentro de una comunidad política, y la divide en tres dimensiones:
-
dimensión civil (derechos de la persona y sus propiedades)
-
dimensión política (posibilidad de elegir representantes políticos
y de ser elegido a su vez)
-
dimensión social (derecho a la salud, a la vivienda, al empleo, a la
educación, etc).
Así,
la mayoría de las mujeres no goza de estas tres dimensiones, sino
sólo de una, dos, o en los peores casos, de ninguna. Es decir, que las
mujeres, en la mayor parte del mundo, no son ciudadanas plenas.
(Otra cosa que cabría dialogar, de un modo paralelo, es si este
concepto de ciudadanía es válido para las mujeres, puesto que se
trata, tal vez, de un concepto propio de una sociedad
androcéntrica... por lo que habría que repensar nuevamente qué
significa la ciudadanía y si ese concepto nos sigue valiendo hoy en
día.)
¿Cómo
pueden las mujeres estar consideradas plenamente integradas en el
mercado laboral (que es, indudablemente, un paso importantísimo), si
en la mayor parte del mundo no se remunera su trabajo, o si se hace,
siempre es por mucho menos que sus homólogos masculinos? Además,
el principal desafío es la conciliación de la vida laboral con la
personal; de sobra es conocido para todos que muchas mujeres tienen
que hacer un doble trabajo: no hay más que ver las estadísticas de
la distribución del trabajo doméstico, sigue siendo la mujer quien
más hace aunque trabaje las mismas horas que su pareja masculina.
En
la “Encuesta de empleo del tiempo 2009-2010” del INE, podemos ver
cómo en España las diferencias son absolutamente significativas:
-
Trabajo remunerado: 38,7% en hombres, 28,2% en mujeres.
-
Labores del hogar: 74,7% en hombres, 91,9% en mujeres. En su conjunto
las mujeres dedican cada día dos horas y cuarto más que los hombres
a las tareas del hogar.
-
Ocio: los hombres participan en más actividades de tiempo libre y
durante más tiempo, dedican de media 11 minutos más en vida social,
y 17 minutos en comunicación.
Puede
verse aquí un resumen de los datos de dicha encuesta.
¿Qué
está pasando?
Lo
que pasa es que se considera que el trabajo “importante”, dentro
de una estructura familiar “tradicional” es el realizado por el
marido; el de la mujer sería sólo un “sobresueldo” o dinero de
apoyo. En este sentido, poco se ha avanzado. De hecho, se realizó un
estudio entre distintos países desarrollados (Gornik, Meyers, Ross)
demostrando que hay un claro correlato entre las políticas públicas
que apoyan a la maternidad y los patrones de empleo femenino: en los
países donde más se apoya las tareas reproductivas, más mujeres
hay en el mercado laboral. PERO igualmente, cuantas más
“facilidades” se dan para compaginar el cuidado de los niños con
el trabajo, éstas suelen recaer siempre en las madres, que siguen
apareciendo como principales cuidadoras, así que de nuevo son
apartadas del mercado laboral, puesto que sus trabajos suelen ser
considerados “de segunda”, como un “extra”.
La
igualdad de género se dará cuando se desnaturalicen los roles
actuales, cuando las mujeres puedan integrarse plenamente en la
ciudadanía de mercado, y cuando los hombres puedan involucrarse
plenamente en la economía del cuidado, es decir, cuando hombres y
mujeres puedan desarrollarse en lo público y en lo privado. Para
ello será absolutamente necesario que el Estado, o los poderes
públicos, se encarguen de implementar políticas que fomenten esta
igualdad. Me gusta cómo lo dice la CEPAL, que aunque va destinado a
América Latina, puede extrapolarse:
Para
promover la ciudadanía en un sentido más republicano, los Estados y
sistemas políticos deben ser capaces de absorber y reflejar las
nuevas prácticas de los movimientos sociales y combinar las
políticas públicas con el capital social que la propia sociedad, a
través de sus organizaciones, va forjando.
Y a eso hay que llegar...