viernes, 21 de junio de 2013

Las niñas-repollo

Tengo dos hijas. No les puse pendientes (la mayor se los puso luego, pero porque ella quiso). Siempre les di juguetes de todo tipo (menos bélicos) para que pudieran jugar con lo que a ellas más les gustase. Siempre he intentado escucharlas, respetar sus gustos, hacerlas entender que ellas son especiales por ser quienes son. Por supuesto, por no ponerles pendientes tuve que escuchar un montón de críticas, sobre todo con la mayor que fue quien allanó el camino. La típica señora que te dice por la calle "uy, ¿es una niña? como no lleva pendientes...", a lo que siempre contestaba "sí, señora, ya tendrá tiempo a que la discriminen por ser mujer más adelante, que disfrute ahora de estos años de inocencia pura". La señora de turno no comprendía nada, claro.

Mi hija pequeña tiene casi dos años y no se preocupa por su aspecto. Ella sólo quiere jugar tranquilamente y disfrutar. Le gustan mucho los coches (los vehículos, en general) y subirse a todas partes como una cabra loca. Pero entonces siempre tiene que venir otra típica señora a criticar que por qué no le pongo vestidos. ¿Y a usted qué le importa? ¿Por qué no se pone usted sombreros de copa, que me gustan a mí?


Estas pequeñas actitudes sexistas van haciendo mella, quiera o no, en ellas. Es imposible aislarlas de esto. Y yo luego no sé cómo explicarles que las mujeres no somos objetos, que no somos muñecas tontas a las que sólo les importan los vestidos, el maquillaje y los tacones. Mi hija mayor está cada vez más atrapada en este inevitable paradigma, ¡y no tiene aún cinco años! Me habla de que quiere más vestidos, de que quiere maquillaje, de que le tengo que pintar las uñas...

Es muy complicado, y muy frustrante muchas veces, ir contra corriente. Huir de los papeles esencialistas distribuidos desde el mismo momento del nacimiento, en el que si la criatura tiene vulva ya se la condiciona a ser de determinada manera. Que con minutos de vida ya tengas que entrar en el redil es cruel y sobre todo muy triste. Que tengas que aguantar toda tu infancia ir vestida de repollo y jugar en el parque con un vestidito que no te puedes manchar en vez de con un chándal cómodo no tiene ningún sentido. Y es que si no detectamos y frenamos estas actitudes desde el principio, las cosas nunca cambiarán, y nuestras hijas seguirán preocupándose por superficialidades... que esconden cosas mucho más profundas y peligrosas.

domingo, 9 de junio de 2013

Lo que nadie te cuenta

Es curioso cómo cuando aún no has sido madre tienes unas ideas de lo que es un bebé y cómo luego cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Y es que, si te pones a analizar la imagen de la maternidad y sobre todo del puerperio que transmiten los medios de comunicación y demás, resulta casi espeluznante. No tienes más que girar las páginas de las típicas revistas de puericultura donde casi todo es publicidad, y verás a madres exultantes que empujan un carrito con un recién nacido llevando un tacón de quince centímetros, ropa monísima de marca, la manicura hecha y las mechas recién dadas. O encender la televisión, donde los recién nacidos pueden apagarse y encenderse a voluntad, porque todo sigue igual y el bebé no ha cambiado nada, y en un capítulo de repente sale la madre tan pancha sin el niño (¿dónde lo tiene, escondido?).

También influyen las personas que, con intenciones a veces poco claras, vienen a comparar a tu vástago con el suyo, diciendo que su Manolito duerme diez horas del tirón, come muy bien, está hecho un pepón y es muy tranquilito.


Y ahí estás tú, recién parida, sangrando sin parar, sudando y sintiéndote sucia, con un bebé colgado de la teta día y noche, y sin tiempo ni para asearte debidamente porque no puedes soltar al pequeño sin que berré como si le estuvieras sacrificando, con lo que te lo acabas llevando hasta para sentarte en la taza.

Muchas madres se tiran esos primeros meses deseando que llegue el marido para al menos poder darse una ducha rápida, porque llevan todo el día en casa tumbadas en el sofá dando teta, han comido dando teta cualquier bocadillo cutre, no se han podido ni peinar y no han mantenido una conversación con un adulto en todo el día.

El puerperio es una etapa muy delicada. Y eso nadie te lo cuenta. La maternidad es dura, y exige una dedicación real, una entrega como quizás no hayas conocido hasta entonces. Y eso nadie te lo cuenta. La lactancia, hasta que se instaura debidamente, es a demanda, pero a demanda quiere decir muchas veces estar TODO EL DÍA Y TODA LA NOCHE con el bebé en la teta. No, no es una exageración, repito: TODO EL DÍA Y TODA LA NOCHE. Y eso nadie te lo cuenta.

La crianza en este mundo occidental y frenético ha perdido la referencia de la tribu, las familias son nucleares y muchas veces la mamá recién parida está horas y horas sola en casa con un bebé al que aún no comprende (el vínculo no siempre es instantáneo, aunque eso nadie te lo cuente). Y a veces aparecen las tristezas, las inseguridades, los miedos e incluso el enfado. Porque el cambio es abismal, las prioridades cambian totalmente, de repente te conviertes en el centro de la vida de una personita que depende total y absolutamente de ti, y tú sientes que no existes por ti misma, sino a través del bebé, pero eso nadie te lo cuenta.


Los recién nacidos humanos son vulnerables, altriciales, nacen aún fetos como precio a pagar por la bipedestación, y el estar pegados día y noche a su cuidador principal (generalmente la madre) es lo que garantiza su supervivencia. Hay muchas cosas que se pueden hacer para mejorar estos primeros meses. En primer lugar, portear. Personalmente no sabría criar sin portabebés, me resultaría totalmente imposible. Facilitan la vida enormemente y te permiten cocinar o darte un paseo o dar teta con las manos libres o peinarte un poco, qué sé yo. Después, el colecho: no sé cómo se puede mantener una lactancia sin colecho, realmente. Pero sobre todo y ante todo, hay que saber pedir ayuda. Porque no somos heroínas, y qué bien sienta que a veces venga una amiga a pasar contigo un par de horas y te sujete al bebé mientras te das una ducha. O quedar con otras mamás para compartir inquietudes. O que tu suegra te traiga tuppers repletos de comida para toda la semana. Y sobre todo, que alguien te pregunte "¿qué necesitas?". Esos pequeños gestos lo cambian todo.

¿Qué expectativas tenemos antes, cómo resulta la cosa después? Ser una mujer puérpera es encontrarse con momentos muy delicados, con tu propia sombra, es conocerte a ti misma como nunca imaginaste. Y eso puede resultar tremendamente duro y catártico. Pero eso nadie te lo cuenta.

martes, 4 de junio de 2013

Menos humos y más lucha

Leo apabullada opiniones reacias al feminismo de la diferencia acusándolo de patriarcado encubierto. Explico por encima para quien no sepa de qué hablo: dos de las "corrientes" más mayoritarias dentro del feminismo son el de la igualdad (las mujeres son iguales a los hombres, porque el lugar en el que nos colocamos tiene que ver con los roles aprendidos, con el género que se nos impone desde pequeños) y el de la diferencia (ser mujer es algo bueno y digno de ser reivindicado, y habría que rehuir del patriarcado construyendo algo nuevo, bueno, femenino y diferente). Vale, grosso modo; es mucho más complejo, pero para que nos entendamos. La cuestión es que en muchas webs y blogs sobre el tema, se acusa al feminismo de la diferencia de intentar volver a colocar a las mujeres en sus roles de género (cocina, casa cuidando a los niños, etc), por ejemplo, aquí.

Vamos a ver, para empezar, no existen dos corrientes fácil y claramente delimitadas, sino que existen pensadoras. Y cada pensadora tiene sus ideas. Y dudo mucho que nadie se defina como seguidor al cien por cien de ninguna ideología o corriente filosófica o política (personalmente, por eso encuentro muy difícil el aceptar una religión o partido político, porque siempre le encuentro peros a todo). Así que meter en el mismo saco a todas las "seguidoras" de una corriente (por seguidoras quiero decir a las que más o menos se podría calificar de pertenecientes a dicha ideología, con sus matices, a las simpatizantes por así decirlo) es simplista al máximo.


Voy a intentar exponer mi humilde punto de vista al respecto. Según Françoise Héritier, el patriarcado surgió en épocas prehistóricas como un intento por parte de los hombres de controlar el cuerpo femenino, ya que éste tenía un poder: el de crear nueva vida.  Porque el patriarcado, dice Cristine Northrup, es la separación entre mente y cuerpo. Así, aunque el patriarcado está estrechamente vinculado al capitalismo, las raíces son muchísimo más antiguas. Las mujeres llevamos alienadas toda nuestra existencia.


Ahora entonces vendrán y me dirán que qué es eso de identificar sexo con género. Que existe la intersexualidad. Que no todo es blanco o negro (vaya, justo lo que yo digo respecto a las corrientes feminismo de la igualdad-feminismo de la diferencia). Que no hay mujeres ni hombres, sino personas con genitales de cierta índole, genes y hormonas, y que genéticamente no todo está tan claro siempre. ¡Y sí, de acuerdo, pero no se trata "sólo" de eso!

Si el patriarcado quiere dominar el cuerpo femenino, ¿no es de lógica volver a recuperar dicho control, proclamándonos dueñas de nuestros cuerpos, poderosas, autónomas? No se trata de ir de ecoguay loca que se come su menstruación a cucharadas y venera la sabiduría femenina en un akelarre todos los jueves a las ocho y cuarto. No me refiero a eso. Es que creo que hay que empezar por distinguir entre dos ámbitos: el personal y el social. El problema surge cuando se mezclan ambos sin ton ni son.


Yo no he estado particularmente orgullosa de mis embarazos, ni de mis partos. No me considero ninguna diosa por haber hecho lo que mi cuerpo sabe hacer. Es absurdo. Me encontré feliz y repleta de hormonas, pero eso es todo. No pensé por ello que las mujeres somos superiores por nuestros atributos femeninos. No escondo ninguna androfobia. Estoy muy orgullosa de mis hijas, sí, pero no de mis funciones fisiológicas. Puedo parir y puedo comer y puedo orinar y puedo dormir.

Pero tampoco soy una machista encubierta por haber decidido dar el pecho a mis hijas, por haber optado por una crianza con apego, por haber solicitado una excedencia. Porque lo siento mucho, físicamente yo soy la única dentro de mi pareja que es capaz de dar el pecho. Es que es así, porque mi pareja es un hombre. Si resulta que de repente mi pareja empezara a excretar prolactina por los costados y leche como aquel caso tan célebre, la cosa sería diferente. Pero físicamente, hoy por hoy, soy la que puede hacerlo. No soy mejor por ello. No soy menos tampoco. Es lo que hay. Y por respeto a mis hijas, que cuando nacen no entienden nada de luchas sociales, de feminismos o machismos, acepto esa diferencia y su gran utilidad, y hago uso de ella porque para eso está, porque para mí la lactancia es sólo la prolongación del embarazo, pues viene en el mismo lote. Y no voy a dar biberones para que sea "equitativo". En esos momentos, acepto ser una hembra mamífera, y como tal actúo.


El problema viene cuando identificamos esta diferencia física (que, repito, no quiere decir que un género sea mejor que otro, o que haya géneros puros, dentro de los cuales las mujeres son chupi guays y deban reivindicar un matriarcado falofóbico; hablo de poder tener hijos, me da igual que quien pueda tenerlos tenga genes de tal o cual sexo) con diferencias sociales. El problema viene cuando por el simple hecho de que una mujer pueda tener hijos cobre menos, tenga peores trabajos, y sea peor considerada en el ámbito laboral, aunque resulte igual de buena que los trabajadores masculinos (este experimento lo demuestra ampliamente). A las mujeres siempre se nos valora menos.

Las mujeres somos iguales a nivel laboral. Podemos hacer las mismas cosas. Podemos tener los mismos trabajos. Podemos tener los mismos sueldos. Somos iguales a nivel de inteligencia. Somos iguales en muchísimas cosas a los hombres, pero...

Las mujeres somos físicamente diferentes. Y aquí me da igual que nos identifiquemos con la palabra mujer o no. Yo me refiero a quienes pueden gestar, parir y amamantar. Punto.

Y si la vida personal se mezcla con la vida laboral, si las mujeres presentan un mayor absentismo a causa de los hijos, y si ése es siempre el argumento para degradarnos y no permitirnos ascender o cobrar más... las culpables no somos nosotras. Es el patriarcado, es el capitalismo, es la falta total y absoluta de conciliación. Eso NO quiere decir que las mujeres quieran volver a quedarse en casa con la pata quebrada. Es simplemente que a veces no les queda más remedio porque son despedidas al quedarse embarazadas. Porque su sueldo suele ser más bajo, así que si uno de los dos miembros de la pareja pide una excedencia, suele ser el sueldo de ella el que se sacrifica. Y de todas formas, si dentro de una pareja uno de los dos miembros decide no trabajar, si es un acuerdo entre ellos, ¿dónde está el problema? Eso entra dentro de la intimidad, y no creo que tenga absolutamente nada que ver con machismo.


Si le buscamos tres pies al gato y nos entretenemos con debates de nombres, con rizar el rizo, rizar el rizo rizado y alisar el rizo, al final, ¿qué nos queda? Humo. Nos queda humo, mucha  palabrería... pero poca lucha.