viernes, 10 de mayo de 2013

Darle la vuelta a la tortilla

Todos arrastramos heridas, más o menos profundas. Todos hemos pasado por infancias más o menos felices, y es inevitable que en algún punto los padres fallen. El problema es cuando los padres fallan en muchos puntos. En demasiados puntos. Cuando hay maltrato, sutil o descarado. Cuando hay apego inseguro (ahora te digo te quiero, ahora te trato como a una basura). Cuando los padres están ausentes, hagas lo que hagas para impresionarles. Cuando ves que tu padre colma de besos al perro, pero a ti no es capaz ni de dirigirte una mirada afectuosa. Cuando ves que a tu madre le importa un pimiento lo que te sucede, pero no deja de cotillear en tus cosas para ver de qué puede enterarse.

Entonces, cuando te independizas, muchas veces buscas con desesperación ese amor que jamás tuviste. En tu pareja, en las adicciones, en vete tú a saber qué. Buscas y buscas y no acabas de encontrarlo... porque ese momento ha pasado. Tu infancia jamás volverá. Y en ti ha quedado una espina clavada, que aprieta y hiere y a veces no te deja ni respirar. Es muy difícil sanar una herida si ésta es abierta una y otra vez.

Y luego, un día, tú misma te conviertes en madre. Tú mismo te conviertes en padre. Y es ése un momento mágico, crucial, quizás el más importante. Porque en ese instante tienes dos opciones, y no hay más. O sigues con la cadena familiar de maltrato, o apego inseguro, o lo que sea... o tomas la decisión más valiente del mundo. Le das la vuelta a la tortilla. Terminas con esa maldición familiar, decidiendo podar las ramas podridas, y sembrar nuevas semillas de amor, cariño, respeto y seguridad.


Estos días he leído en las redes sociales una frase de Jodorowsky que se me ha quedado clavada. Dice "el amor que no te dieron en la infancia nadie te lo dará, cesa de pedirlo y ofrécelo". Y creo que de eso se trata exactamente. Tener un hijo para obtener de él el amor que tendrían que haberte dado tus padres es un error tremendo. Porque el amor es desinteresado, y no espera nada a cambio. Y yo no tengo un hijo para que él me ame, sino para amarlo yo.

Si conseguimos romper esa cadena que nos ata a una infancia triste, y convertir el amor ansiado en amor que nosotros ofrecemos a los demás, si conseguimos amar a nuestros hijos como nosotros quisimos ser amados... entonces habrá merecido la pena. Porque sólo entonces, por fin, seremos libres.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho, Lamagia! siento tal cual.

    ResponderEliminar
  2. Muy acertado el post sin duda. Las relaciones familiares son complejas y sin duda el amor hacia los hijos debería de ser incondicional.

    ResponderEliminar
  3. Acabo de entrar a tu post y cuanto más lo leo, más me gusta...

    Acertado post. Y añado: lo peor de haber tenido unos padres ausentes/maltratadores/o ponga usted lo que quiera que no sea, simplemente, unos padres que te amen, es que es un tema tabú. Uno de los grandes temas tabús. Porque siempre está el topicazo de que una madre (o un padre) es una madre... Pues no señores, hay madres/padres que destrozan o intentan destrozar (consciente o inconscientemente) la vida de sus hijos, vertiendo en ellos toda su inquina y odio contra el mundo, sus traumas y sus miserias. Como siempre, el abuso de los débiles (y qué mejor que hacerlo con el que nos queda más a mano).

    Yo tengo en mi lista de libros por leer uno de Oliver James, They fuck you up. Traducido al español como Te joden vivo. Como sobrevivir a la familia. Te lo recomiendo (aunque todavia no lo haya leído, sólo extractos).

    Un abrazo! P

    ResponderEliminar