sábado, 19 de septiembre de 2015

Inoculando el virus del privilegio

Muchas personas dicen que la denominación "violencia de género" es ridícula, porque es violencia sin más. Que un asesinato es un asesinato, que debería llamarse por ello "asesinato" y no "asesinato por violencia de género". Y bueno, un asesinato es. Es violencia, sí. Pero la coletilla "de género" no está puesta "porque sí".

Los feminicidios, y la violencia contra las mujeres en general, son el crimen más silenciado del mundo. Las mujeres somos la mitad de la población mundial, y en todas partes (aunque algunas en mayor medida que otras, claro, gracias a los logros del feminismo que mucha gente dan por supuesto, pero no, todo eso son conquistas que se han llevado a muchísimas valientes por delante), las mujeres son consideradas "el género inferior". Hago aquí un parón para recordar la diferencia entre sexo y género, que por extraño que parezca, no suele conocerse: el sexo es a nivel biológico, el género a nivel social. Es decir, el "género femenino" es cómo se supone que socialmente debe de ser una mujer, cómo ha de comportarse, cómo se la identifica. Evidentemente, habría que tender a una deconstrucción de los roles de género (que NO de los de sexo, y aquí es, para mí, donde se equivocan muchos feminismos), para que dejen de ser estratos sociales inamovibles, donde uno mira desde el privilegio sin darse ni cuenta y el otro está doblegado con mayor o menor sutileza.

La cuestión es que la etiqueta "violencia de género" sirve para identificar qué se esconde detrás de este tipo de violencia. Si una mujer mata a su marido, por ejemplo, NO es violencia de género, porque el género masculino no es el "considerado inferior", y por ello, no ha ejercido un tipo de violencia totalmente estructural y normalizada como sería al revés. Las motivaciones que pueden llevar a una mujer a matar a su marido son otras bien diferentes, pero en este caso ellas no se encuentran en el lugar de privilegio y por ello no reproducen los patrones de superioridad en el comportamiento transmitidos de generación en generación.



Quiero decir que la violencia de género no es simplemente la violencia directa, lo que se ve (palizas, violencia psicológica, muertes, violencia obstétrica, qué sé yo), sino que la violencia directa es sólo la punta del iceberg, y que está firmemente asentada en una violencia cultural y estructural que legitima dichos comportamientos. O sea, que si tú a un niño desde que es un bebé le estás enseñando que su lugar es el privilegiado, que es superior sólo por pertenecer a determinado género... ¿de qué nos extrañamos si luego reclama dicho espacio?

La ley contra la violencia de género tiene grandes carencias; por ejemplo, sólo considera que se trate de violencia de género cuando sucede en el marco de la pareja o ex pareja. Por ello, víctimas en otros contextos (el trabajo, la consulta del médico, etc)  pasan "desapercibidas". La violencia de género abarca mucho más, y las víctimas son muchas más de las que creemos. Está en todas partes, porque la sociedad asienta sus pilares en ella.



Y luego pasa que llega un verano funesto como éste, donde se han matado a mujeres y a niños (hijos de éstas) sin parar, donde los periódicos y demás medios de comunicación han usado eufemismos absurdos como "mujer fallece en Cuenca" (¡no, no fallece, la han asesinado, señor mío!), y te das cuenta del lío que hay en torno a los conceptos, de cómo no se comprende qué es el género, qué es la violencia de género y en qué consiste.

Todo lo estructural está normalizado, invisibilizado, y por ello es algo tremendamente peligroso. Se trata, entonces, de admitir una vez más cómo el feminismo necesita aún de muchísima pedagogía para llegar a todo el mundo, para explicar los conceptos, para hacer comprender... Y para que todas las personas sepan que la violencia de género existe. Que es un hecho. Que está ahí. Y que quienes la ejercen no son enfermos, sino los hijos sanos del patriarcado, a quienes han inoculado el virus del privilegio desde la cuna.

¡Y cuánto queda aún por hacer!

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