jueves, 10 de enero de 2013

Todos fuimos, alguna vez, niños asustados

Una de las cuestiones más recurrentemente polémicas son todas las referentes al maltrato infantil. Esto es, qué es maltrato y dónde está el límite. Porque claro, todo el mundo está de acuerdo en que (por ejemplo) quemar a un niño con un cigarro es maltrato, o pegarle con un cinturón. Pero hay una especie de zona turbia donde las opiniones se dividen, ¡y mucho además!

Para empezar, vamos a intentar no pensar en los niños como niños, sino sólo como seres más desvalidos, mental y físicamente. Pues bien, maltratar a seres más desvalidos es muy fácil, tremendamente fácil. Y ni siquiera hay que "hacer daño físicamente". Sólo con demostrar tu poder, tu posición dominante, es suficiente. Porque de ese modo crearás una sensación de indefensión, humillación, e incluso miedo. Si yo soy un hombre de 100 kilos y cuando mi mujer no hace lo que yo quiero, le pego un bofetón, aunque sea "flojo", habré conseguido "marcar territorio", decir que yo soy más fuerte, que yo mando, y que ella estará supeditada siempre a lo que yo opine.


Los dos argumentos más típicos que enarbolan quienes defienden el mal llamado "cachete educativo" son:
* "No es lo mismo un azote, o un cachete, que pegar con un cinturón, hay grados".
* "Pues a mí de pequeño/a me pegaron azotes y aquí estoy, sin ningún problema".

Lo de los grados es algo que no comprendo. ¿Está entonces mal llamar "gilipollas" a tu hijo pero es correcto decirle "imbécil", por ejemplo, puesto que son "grados diferentes" de insultos? ¿De verdad hay personas que opinan que la frontera es firme? ¿No ven que los límites son absolutamente difusos? Es que no se trata de "grados", de si "hace daño" o no. Se trata del trasfondo, de lo que hay por debajo, del mensaje que lanza cualquier tipo de violencia. Y este mensaje es siempre, siempre, el mismo. No nos engañemos. Este mensaje es "yo estoy arriba, tú estás debajo, yo ordeno, tú obedeces". Y para el caso, da igual pegar con una zapatilla, la mano abierta o un látigo de siete colas. Pegar es humillar. Pegar es demostrar tu poder. Pegar es vejar. Y pegar es dar mal ejemplo: no comprenderé nunca a la típica madre que le da un bofetón a su hijo como castigo porque él ha pegado a su hermano. ¿Qué estamos transmitiendo de ese modo, salvo que "hay clases" y que sólo unos cuantos tienen derecho a pegar? ¿Y entonces, cuando el hijo sea más fuerte que la madre... qué? ¿A un programa de ésos de la tele de "adolescentes tiranos"? La cadena del maltrato es poderosa.

En cuanto al mañido argumento de "a mí me han pegado, mis padres son estupendos y no tengo ningún trauma" me hace pensar, una vez más, en el sistema profundamente adultocentrista en el que nos movemos. Porque aunque ahora, a posteriori, con los años, nuestras neuronas espejo nos hayan posicionado del lado de nuestros padres (es más cómodo, así evitamos recordar cosas que nos harían daño), seguro que de pequeños no nos hacía ninguna gracia. Es más, seguro que de pequeños nos sentíamos desgraciados y humillados cuando nos castigaban de este modo. ¡Por qué lo hemos olvidado! El mecanismo de defensa de verlo todo desde una perspectiva oportunista es terriblemente efectivo. Porque de ese modo podemos olvidarnos de que nosotros también fuimos niños asustados.

Por lo tanto, no podré comprender jamás la defensa de ningún tipo de violencia, por "suave" que sea. Porque la violencia es violencia. Porque lo que importa no es tanto el daño físico, sino el mensaje que hay por detrás. Y eso psicológicamente es devastador, ya sea un azote, un bofetón, o una paliza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario